5. Actividades profesionales del pueblo judío y el comercio
Las profesiones desarrolladas por los judíos en la época medieval los judíos son: administradores de bienes públicos, comerciantes, médicos, sastres, orfebres, zapateros, etc., que las realizaban tanto en la España cristiana como en la árabe. La entidad administrativa las juderías era la «aljama», donde se ejercía la ley hebráica, se administraba justicia y se determinaban las actuaciones a seguir en cada caso. Se distinguían de los cristianos no ya sólo por las ideas religiosas, si no por sus formas de vestir y las comidas. En los siglos XII y XIII eran formas tradicionales del comercio la creación de compañías y sociedades para llevar a cabo la comercialización entre países distanciados. Era una asociación mercantil, entre un socio capitalista y otro responsable trabajador, aquél invertía el capital en sociedades del extranjero, lo que supónía un riesgo para él si fracasaba la asociación y la ganancia del gestor, pues éste recibía un cuarto de los beneficios. Si el tiempo que duraba la comanda era de más de 3-4 años se designaba compañía.
Estos formaron compañías con mercaderes catalanes para comerciar con lanas. También se relacionaron con andaluces para adquirir lanas y pieles, judíos de Toledo formaron compañías con los de Teruel y Valencia, para comprar paños, lanas y tintes. Comerciaban también así con mercaderes del Norte de África. En el siglo XIII en la Península se pueden diferenciar tres grandes focos comerciales: Barcelona, Sevilla y Burgos. Estos tres puntos dirigirán la economía peninsular: – Barcelona, que había crecido y fomentado con el comercio de esclavos del Al-Ándalus y norte de África, se orientó después al transporte de maderas, tejidos y al abastecimiento de Barcelona. Creó consulados del mar en puertos extranjeros. – Sevilla, que tuvo su origen en las épocas de dominación árabe, almorávides y almohades, con relaciones, tras su reconquista, con Génova y establece contactos a través de los genoveses con los puertos del Mediterráneo y del Atlántico, repúblicas italianas y Flandes, de ahí la importancia de la ciudad bética. – Burgos, que fue siempre una de las etapas del Camino de Santiago, con una potente aljama, se convirtió en centro recolector y exportador de lana hacia Gran Bretaña y Flandes, a través de los puertos vascos. En esta ciudad, se creó en 1273 el «Honrado Concejo de la Mesta» lo que atrajo gran aportación de capitales de judíos conversos que también mostraban interés por el comercio Cantábrico, en el ramo de la pesca y su mercado.
3. Mecanismos financieros y monetarios La monarquía de los Austrias tenía muchos frentes de guerra: los turcos en el Mediterráneo y en Hungría, los príncipes protestantes alemanes, los Valois franceses en Italia, los Países Bajos y, con Felipe ll, Inglaterra. Había dos mecanismos para llenar las arcas de la corona: impuestos y préstamos. Ni Castilla, ni mucho menos Aragón, tenían redes financieras para enfrentar el reto de Historia de la cultura comercial y la sociedad
6 gastos crecientes en armamento, sistemas logísticos y soldados, y no los tuvieron, pues no se saneó la Hacienda, no se suprimieron los particularismos locales, no se recuperaron las rentas ni los derechos enajenados del realengo. Bien al contrario, Iglesia y oligarquías urbanas pidieron contraprestaciones políticas por su colaboración en el ambiente general de la Contrarreforma. Parte de las rentas estaban empeñadas en juros, es decir, en títulos de deuda sobre las rentas reales con intereses entre e1 3-14 por 100 de lo recaudado. También se generalizaron las Libranzas, que eran pagos que se hacían a terceros a cargo de las rentas regias, señoríos, pueblos, villas, comunales y baldíos. Así, las comunidades campesinas veían sus formas productivas comunitarias trastocadas por la división de sus comunales. En 1538 cuando el rey y las ciudades acordaron en Cortes la cantidad fija que estas tendrían que entregar por un largo periodo a cambio de que ellas la recolectaran y repartieran. Se intentaba sistematizar los ingresos, sin tener en cuenta que los precios podían fluctuar, que es lo que pasó. La falta de una reforma radical supuso que tras el desastre de la «Armada Invencible», las Cortes tuvieran que aprobar el «servicio de millones», es decir, la entrega de 8 millones de ducados durante seis años (de 1590 a 1596) cobrado como un impuesto indirecto sobre la carne, el vino, el aceite y el vinagre. Las consecuencias fueron cuatro: • Se gravaron precisamente las actividades productivas de la regíón más dinámica, Castilla. • Aumentó la deuda de las Haciendas municipal es que eran las que adelantaban las cantidades. Los municipios cargaron con sisas y cientos los bienes básicos de consumo. • Se retrajo la demanda. No se puede acusar a la fiscalidad monárquica de todos los males de la economía del periodo, pues la carga fiscal total no absorbía más del 9% del PIB, pero es importante sumar a este el endeudamiento urbano, el de los mayorazgos nobles y los patrimonios eclesiásticos. Entonces sí estamos hablando de una fuerte cantidad que no revertía en los circuitos productivos del reino. Lo que no se podía recaudar por mecanismos fiscales ordinarios o extraordinarios se tenía que obtener con préstamos, los llamados asientos, que se hacían a la monarquía por banqueros u hombres de negocios, muchos extranjeros. Esto aumentaba el déficit, pues los asentistas sacaban los frutos del arriendo del país o compraban materias primas que exportaban. En 1544, dos tercios de los ingresos anuales ordinarios de la Corona estaban comprometidos para el pago de las deudas. En 1552, se suspendieron todos los pagos de intereses, reorganizando las deudas a corto plazo como obligaciones a largo plazo. A lo que hay que añadir la llamada «revolución de los precios». A finales del Siglo XVI, los precios eran tres o cuatro veces más altos que a principios de siglo. Se trató de un Historia de la cultura comercial y la sociedad 7 proceso de inflación que alcanzó el 2% de media anual y que se prolongó a lo largo de todo el siglo, combinado con fuertes subidas de carla plazo. Los precios subían antes en Andalucía, por cuyos puertos entraba oro y la plata de las Indias. El grano, la harina y el pan fueron los que más subieron. Los salarios reales cayeron. Esta inflación se debíó a la llegada masiva de metales preciosos. Tesis apuntada por contemporáneos como Manuel de Azpilcueta y Tomás de Mercado, quienes vieron que el aumento de la moneda en circulación estaba suponiendo un aumento de precios de los productos y la pérdida de competitividad de las manufacturas españolas. La causa de la inflación, para otros economistas como Vilar y Nadal, fue que la población y la demanda crecieron más rápido que la producción y la oferta. El problema no fue monetario, sino debido a la baja productividad agrícola, posiblemente la más baja de Europa occidental. La consecuencia de esta subida constante de precios fue que comerciantes, señores o campesinos cuyos ingresos dependían mucho de los precios se beneficiaron, pero aquellos cuyos ingresos eran fijos en moneda o los que vivían de un salario empeoraron su situación. La subida encarecíó los productos peninsulares, por lo que perdían competitividad con los del noroeste.