Manifiesto comunista
Capítulo I: Burgueses y proletarios
El texto empieza desarrollando la idea de que la historia de la sociedad humana es una historia de luchas de clases opresoras y clases oprimidas, y que en la actual sociedad la humanidad tiende a dividirse entre dos clases antagónicas:
burguesía y proletariado.
Luego de esto, se hace un repaso histórico desde las últimas épocas de la sociedad feudal hasta la «moderna sociedad burguesa», encontrando en el desarrollo económico el hilo que explica los radicales cambios políticos y culturales que causaron que la segunda surgiera revolucionariamente de la descomposición de la primera.
La historia de la transición entre la sociedad feudal y la sociedad moderna es también la historia del ascenso de la burguesía a clase dominante: desde su surgimiento en las primeras ciudades de la Edad Media, la creación de comunas y municipios independientes, luego su carácter de tercer Estado en las monarquías, hasta que «implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial (…) conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo», el cual, según los autores, es «el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa».
Marx y Engels reivindican el papel revolucionario que tuvo la burguesía: «Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas.» Al explotar el mercado mundial, la burguesía destruye las trabas nacionales al incremento de la producción y el comercio, subordina o hace desaparecer a las clases feudales, somete al campo a la ciudad, a los «pueblos bárbaros y semibárbaros» a las «naciones civilizadas», y da lugar a un movimiento aglutinador de los medios de producción, la propiedad, y los habitantes de cada país, lo cual, a su vez, conduce a un proceso de centralización política y a un cosmopolitismo cultural. De esta manera, la burguesía crea un único mundo civilizado con su sello de clase.
Pero, al «contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente», la burguesía «no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.» Y en este desarrollo incesante de las fuerzas productivas Marx y Engels vaticinan que la época de la burguesía tiene un límite en las propias relaciones de producción burguesas. La sociedad feudal debía descomponerse porque sus relaciones de producción obstaculizaban el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual determinó que la burguesía, la representante de estas nuevas fuerzas productivas, tarde o temprano tuviera que entrar en lucha política contra la nobleza y hacerse del poder político para romper esas trabas. Este conflicto entre fuerzas productivas y relaciones de producción estaba volviendo a ocurrir: «Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.» Se cita como ejemplo de ello a las crisis comerciales.
Marx y Engels anuncian que la nueva clase revolucionaria que terminará con el régimen burgués para poner en pie las nuevas relaciones de producción es el proletariado, «esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.»
En los párrafos siguientes Marx y Engels describen el mundo industrial en el que vive el proletariado, la tendencia de las clases medias empobrecidas a engrosar sus filas, y la historia de su lucha contra el régimen burgués de producción, que ha ido desde la confrontación aislada entre obreros y burgueses individuales hasta llegar a la confrontación de las dos clases. Es el mismo desarrollo acelerado de la industria el que nivela las condiciones obreras, cohesiona a los proletarios, y presenta su asociación de clase como primera necesidad para la lucha por sus intereses sociales, contrarios a los de la clase de los burgueses.
Sin embargo, la revolución proletaria no tiene objetivos similares a los que tuvo la revolución burguesa: «Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición. Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás. (…) Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.»
Los autores terminan este capítulo señalando la muerte histórica de la burguesía y la victoria del proletariado como «igualmente inevitables» debido a la incapacidad de la burguesía para elevar las condiciones de vida del proletariado que, lejos de ello, decaen constantemente producto del desarrollo de la gran industria dentro del régimen de producción burgués.
Capítulo II: Proletarios y comunistas
Los autores dejan claro que los comunistas «No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.» y que «El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.»
Lo que distingue a comunistas de proletarios es «que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto. «
Los autores describen la teoría del comunismo empezando por resumirla en la fórmula: «abolición de la propiedad privada», pero aclarando que no se refieren a «la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.»
A continuación, en forma polémica con interlocutores imaginarios, los autores responden a «los reproches de la burguesía contra el comunismo»: abolición de la propiedad, del trabajo, de la familia, de la nacionalidad, de la individualidad, etc. La respuesta a cada objeción aclara que lo que se busca abolir es la forma burguesa que adoptan todas estas instituciones. En cada caso los autores demuestran cómo estas acusaciones tópicas contra el comunismo, cuando no son directamente calumnias, son una defensa más o menos velada de los intereses de clase de la burguesía haciéndolos pasar por intereses de toda la sociedad.
Más adelante los autores, sin «entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general», señalan la base de las ideas de cada época en «las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre», desmintiendo la existencia de «verdades eternas», y concluyendo «Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante».
Como terminación de este capítulo, Marx y Engels vuelven al punto de la conquista del poder político por el proletariado como primer paso de la revolución obrera. Señalan como tarea del proletariado erigido en clase dominante el centralizar los medios de producción «en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante» (en el prólogo a la edición alemana de 1872, luego de la experiencia de la Comuna de París, los autores dirían que «la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines», de manera que esta identidad entre Estado y proletariado organizado como clase gobernante es incorrecta).
A continuación los autores esbozan un programa general de expropiaciones, políticas fiscales, medidas jurídicas y reorganización de la economía y de la educación a ser aplicado por el proletariado erigido en clase dominante. Por último matizan que, si bien el proletariado, en lucha contra la burguesía, se ve obligado a la conquista del poder político, una vez «hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad», la hegemonía política de clase del proletariado dejará de ser necesaria, «Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.»
Capítulo III: Literatura socialista y comunista
Entre la nebulosa de propuestas socialistas de la época, los autores del Manifiesto destacan varias tendencias que clasifican en tres: el socialismo reaccionario, el socialismo burgués o conservador, y el socialismo y comunismo crítico-utópicos.
Socialismo reaccionario
Por socialismo reaccionario Marx y Engels entendían a aquellas variantes de socialismo que, pretendiendo representar intereses obreros, representaban intereses de clases pre-capitalistas.
En el socialismo feudal, se trataba de los sectores de la aristocracia desplazada del poder por la burguesía, con los que confluían sectores del clero.
En el socialismo pequeñoburgués, se trata de sectores de las clases medias, condenadas a engrosar el proletariado, que critican al régimen burgués desde los intereses de los pequeños burgueses y los campesinos. Como su principal representante, señalan a Sismondi. Sus méritos residen en la crítica correcta del régimen de producción burgués y sus consecuencias antisociales. Pero en cuanto a sus propuestas positivas, no pasan de un retorno a los antiguos medios de producción y de cambio, con el modo de vida asociado a ellos.
Por último, el socialismo alemán o «verdadero socialismo» surge a partir de la importación en Alemania de la literatura socialista y comunista francesa. Pero como en Alemania las condiciones sociales eran bastante más feudales que las francesas, esto resultó en una asimilación puramente literaria del socialismo en el marco de una conciencia filosófica reaccionaria. «Y así, donde el original desarrollaba la crítica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo. «. Este socialismo vino como anillo al dedo para que la pequeña burguesía alemana fustigara tanto al comunismo proletario como al liberalismo burgués, y por lo tanto se convirtió en un arma de la reacción aristocrática y feudal.
Socialismo conservador o burgués
Esta ideología proviene de la sensibilización de parte de la burguesía ante el sufrimiento del proletariado y un intento de mitigar estas injusticias para conservar el orden social burgués.
«Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. «
Socialismo y comunismo crítico-utópicos
En este socialismo se encuentran las doctrinas y sistemas características de los primeros choques del proletariado como clase contra el régimen burgués. Estas doctrinas realizan una crítica medianamente correcta del mundo burgués y profesan «un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo» o diseñan modelos de sociedades futuras de carácter utópico.
Capítulo IV: Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición
En este breve último capítulo -que ya en el prólogo de 1872 los autores señalan como desactualizado debido a la desaparición de muchos de los «partidos de oposición» aquí nombrados y a los cambios económicos y políticos ocurridos desde su publicación- Marx y Engels hacen un esbozo de la táctica que deben seguir los comunistas en el contexto político de varios países de Europa: en donde no sea posible llevar a cabo directamente su objetivo, situarse de parte de los partidos más progresivos y contra los más reaccionarios, sin por ello perder su independencia programática y organizativa.
«Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante. «
Este capítulo, y el manifiesto, termina con la siguiente arenga:
«Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.