Tercer viaje de bolívar a Europa

Evolución demográfica y movimientos migratorios en el Siglo XIX. El desarrollo urbano.
En el Siglo XIX la población española se caracterizó por un lento crecimiento, la pervivencia del modelo demográfico antiguo y los movimientos migratorios.
1.

El lento crecimiento

España comparada con otros países europeos tuvo un ritmo de crecimiento más lento. En 1800 tenía aproximadamente 11 millones de habitantes y en 1900 albergaba más de 18 millones. La cifra de crecimiento lento se explica por la alta mortalidad debido a las guerras peninsulares, las epidemias de cólera (1833-1835, 1854-1856) y las crisis de subsistencia (1856-58, 1866-69). Cataluña, sin embargo, líderó el mayor crecimiento español por ser el territorio más industrializado. Allí aumentó la natalidad en la primera mitad de siglo aunque esta tendencia se redujo a partir de 1850. Las ciudades catalanas recibieron gran cantidad de emigrantes por el éxodo rural. En Cataluña se crecíó al mismo ritmo de Gran Bretaña o Francia. 2.

La pervivencia del modelo demográfico antiguo

Este modelo desaparecíó en los países industrializados. Sus carácterísticas son una alta tasa de mortalidad, especialmente en la mortalidad infantil. España tuvo la tasa de mortalidad infantil (menores de 1 año) mayor de Europa a excepción de Rusia. La esperanza de vida era de 35 años en el año 1900 debido, sobre todo, a la alta tasa de mortalidad infantil. 3.

Los movimientos migratorios

La emigración española crecíó de manera significativa a partir de 1880, debido a la crisis agraria. Entre 1830-1900 un millón y medio de españoles abandonaron la península camino de ultramar. La mayoría iban en busca de trabajo pero también las razones políticas engordaron aquella cifra con los exiliados. Los índices mayores se darían entre 1900 y 1914. El éxodo rural incrementó la población de las ciudades. Las dificultades de la vida rural lanzó a los focos urbanos a una población sin preparación que aspirará a trabajar en una débil industria. Al finalizar el siglo la mitad vivía en pueblos de menos de 5.000 habitantes y la otra mitad en las ciudades. Estas se transformaron para acomodar a los nuevos habitantes. La ampliación del centro histórico con los ensanches (barrios planificados) proporciónó nuevas zonas residenciales que ampliaron la ciudad en extensión hacia afuera. 4.

El desarrollo urbano

Las ciudades tuvieron un crecimiento espectacular tomando más peso demográfico en relación al campo. Muchas ciudades derribaron monumentos antiguos como las murallas para modernizar su urbanismo. Su perímetro crecíó para albergar a la población rural que llegaba en busca de trabajo. Los ensanches se realizaron con diseño de trama ortogonal irregular. Ejemplo de ello son los planes de ensanche de Ildefonso Cerdá para Barcelona y los de Madrid por Carlos María de Castro. En la urbanización española había dos grandes ciudades que superaban los 500.000 habitantes (Madrid/Barcelona). La ciudad comenzó a aplicar en sus calles medios de transporte urbanos, saneamiento e iluminación. España comenzaba a dejar de ser eminentemente rural para modernizarse de manera más lenta que la Europa más avanzada.

La revolución industrial en la España del Siglo XIX


El sistema de comunicaciones: el ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.

La revolución industrial

En España hubo un intento de revolución industrial que se plasmó en algunas zonas del país. La industria textil algodonera se ubicó en Cataluña. Su tradicional cultura manufacturera artesanal se basó en la lana y después en la seda. Gracias a la protección arancelaria se desarrolló la industria del algodón. En el País Vasco se desarrolló la industria siderúrgica junto a las minas de hierro. Esta industria aparecíó en Málaga, Asturias y Vizcaya. Las dos primeras fracasaron facilitando la supervivencia de la vasca. Paralelamente a esta industria se desarrollaron talleres de manufacturas y una producción a domicilio (se desarrollaba en casas particulares en
meses en donde los agricultores no trabajaban en el campo) que creaban artículos para satisfacer mercados locales. La demanda en las ciudades era limitada y eran suficientes estos talleres tan representativos del Siglo XIX español.

El ferrocarril

Para integrar las actividades económicas del país era necesario una red de transportes y comunicaciones. El relieve peninsular había afectado al comercio tradicional. A estas dificultades físicas hemos de añadir los conflictos bélicos que interrumpían las comunicaciones fomentando el bandolerismo que convertían un viaje en una actividad de gran dificultad. Estos problemas se resolvían creando una red ferroviaria. Impulsada por la primera Ley de ferrocarriles (1844) permitíó la construcción de algunas líneas como Barcelona-Mataró, Valencia-El Grao, Gijón-Langreo y Madrid-Aranjuez. La primera de ellas se construyó en Cuba. Pero fue con la Ley de Ferrocarriles (1855) la que relanzó el proyecto concedíéndose grandes privilegios para fomentar la actividad ferroviaria (subvenciones, desgravaciones fiscales, etc.). El problema de la red ferroviaria era que se inició tarde con respecto a Europa. Su planificación no fue racional con un ancho de vía mayor que el del resto de Europa y un dibujo radial con el centro en Madrid. El negocio benefició a países europeos. Buena parte de la tecnología e iniciativa empresarial llegó de Francia a otros países. La navegación a vapor no tuvo importancia porque apenas existían ríos navegables. Se modernizó el servicio de correos y aparecíó el telégrafo como elementos de modernización de España.

Proteccionismo y librecambismo

España se especializó en exportar materias primas y productos semielaborados. El déficit comercial resultante de esta actividad fue financiado por las remesas de dinero de los emigrantes a sus familias (divisas), importaciones de capital y los préstamos al Estado desde Gran Bretaña y Francia. Las políticas librecambistas las llevaron a cabo los progresistas en la regencia de Espartero y durante el Sexenio Democrático. En contrario gran resistencia e incomprensión popular. Fueron librecambistas los capitalistas madrileños y los exportadores levantinos y andaluces. Las políticas proteccionistas fueron impuestas por los moderados. Tendieron al proteccionismo y esta costumbre la heredaría Cánovas del Castillo y el Partido Conservador. Destacaron en esta cultura económica los capitalistas de la industria catalana.

Aparición de la banca moderna

En el Bienio Progresista se permitíó la creación de entidades financieras como Bancos de Emisión de Billetes (1856), especializados en créditos comerciales a corto plazo, y sociedades de crédito que prestaban a largo plazo. La banca financió las compañías ferroviarias y la deuda pública del Estado. Destacaron el Banco de Barcelona, Banco de Santander y Banco de Bilbao. A partir de 1874 el Banco de España obtuvo el monopolio de emisión de moneda por lo que las demás entidades se transformaron en sociedades de crédito comercial y financiación industrial. La banca estatal fue fundamental en la economía española. En 1829 se creaba el Banco de San Fernando que se convirtió en 1856 en el Banco de España. Tuvo como labor principal financiar al Estado. Cuando obtuvo el monopolio de la emisión de billetes facilitó préstamos al Estado para pagar sus deudas. En 1868 la peseta era la moneda del país lo que ayudó a la unificación del mercado nacional. El capital se invirtió en deuda pública en lugar de hacerlo en la industria o en agricultura. La reforma fiscal Mon Santillán (1845) modernizó la Hacienda simplificando los impuestos. Modificó los impuestos sobre la base del principio de igualdad (todos pagan impuestos) y proporcionalidad (se paga en función de la riqueza). Se basaba en gravar el consumo de las clases populares. Además de ser incapaz de dotar al Estado de suficientes recursos era socialmente injusta.

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