Guerra y Revolución (1808-1814)
La Guerra de la Independencia española se desencadenó cuando el monarca español Carlos IV, opuesto a las ideas de la Revolución Francesa, entró en guerra con Francia. Tras la derrota española, se firmó una alianza forzada en el Tratado de Fontainebleau para invadir Portugal, aliado de Inglaterra y enemigo de Francia. Las tropas francesas, al atravesar España, aprovecharon para tomar ciudades estratégicas. El hijo del rey, Fernando VII, aprovechó el descontento popular y organizó el Motín de Aranjuez en 1808.
Napoleón, astuto estratega, aprovechó los problemas de la familia real española para secuestrarlos y obligar a Carlos IV a abdicar en su hermano José Bonaparte. El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra la ocupación francesa, dando inicio a la Guerra de la Independencia.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
El vacío de poder en las zonas sublevadas llevó a la creación de Juntas para organizar la resistencia. La Junta Central Suprema asumió la tarea de crear un gobierno único. En plena guerra, se convocaron las Cortes, que se reunieron en Cádiz, ciudad que los franceses no habían logrado ocupar. La mayoría de los diputados eran liberales, mientras que una minoría, los serviles, abogaban por el regreso de Fernando VII.
Las Cortes de Cádiz elaboraron la Constitución de 1812, que reflejaba los principios del liberalismo político: soberanía nacional, división de poderes y una declaración completa de derechos. Esta constitución, considerada avanzada para su época, establecía el sufragio universal masculino. Aprobada el 19 de marzo, día de San José, se la conoce popularmente como «La Pepa». Las Cortes de Cádiz también aprobaron reformas que pusieron fin al Antiguo Régimen.
Reinado de Fernando VII: Restauración del Absolutismo (1814-1820)
En marzo de 1814, Fernando VII regresó a España. Se esperaba que jurara la Constitución, pero con el apoyo de los serviles, la derogó y restauró el absolutismo. Durante seis años, gobernó de manera autoritaria. Los liberales y parte del ejército intentaron restaurar el liberalismo mediante pronunciamientos, pero fracasaron.
El Trienio Liberal (1820-1823)
En 1820, el pronunciamiento liberal dirigido por Rafael del Riego proclamó la Constitución de 1812. Los liberales restauraron las reformas e instauraron la Milicia Nacional. Sin embargo, en 1823, la Santa Alianza envió tropas a España para restablecer el absolutismo, poniendo fin al Trienio Liberal.
Fin del Absolutismo y Guerra Carlista (1823-1840)
El regreso al poder de Fernando VII coincidió con una profunda crisis, marcada por la pérdida del imperio americano. El rey creó un consejo de ministros, lo que disgustó a la nobleza. A esto se sumó el problema dinástico: Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción para que su hija Isabel pudiera reinar, lo que generó rechazo entre los partidarios de su hermano Carlos.
Liberalismo (1833-1844)
Durante la minoría de edad de Isabel II, se sucedieron regencias que instauraron el liberalismo. La primera regente, María Cristina, madre de Isabel, concedió el poder a los moderados para reforzar la posición de la futura reina frente a las Guerras Carlistas. Se abolió el absolutismo y se implementaron reformas, incluyendo la Constitución de 1837, menos avanzada que la de 1812. En 1840, María Cristina abdicó debido a enfrentamientos con los progresistas, y el general Espartero asumió la regencia. Su gobierno autoritario provocó su caída, y ante la crisis, Isabel II fue declarada mayor de edad a los 13 años.
Década Moderada (1844-1854)
Durante los primeros diez años de su reinado, Isabel II otorgó el poder a los moderados, liderados por Narváez. En 1845, se aprobó una nueva constitución que restringía la libertad de prensa y limitaba el derecho al voto a los más ricos. Se estableció un Estado centralista y se aprobaron nuevos códigos civil y penal. Los progresistas se dividieron en demócratas y republicanos. En 1854, el pronunciamiento de Vicalvarada, dirigido por O’Donnell y apoyado por moderados y progresistas, puso fin a la Década Moderada.
El Bienio Progresista (1854-1856) y la Unión Liberal
Tras el pronunciamiento de Vicalvarada, el poder pasó a los progresistas, dirigidos por Espartero y con el apoyo de O’Donnell, formando la Unión Liberal. Se inició un nuevo proceso de desamortización y se aprobó la Ley de Ferrocarriles. Sin embargo, la crisis económica y las protestas sociales obligaron al gobierno a dimitir.
Fin del Reinado de Isabel II y el Sexenio Democrático (1866-1874)
El final del reinado de Isabel II estuvo marcado por una profunda crisis:
- Revueltas en el campo y las ciudades por problemas económicos y hambre.
- Descontento de progresistas, demócratas y republicanos excluidos del poder.
- Impopularidad de la reina, criticada por su vida privada.
En 1866, progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende, acordando la expulsión de los Borbones y la democratización del país. En 1868, los generales Serrano y Prim derrocaron a Isabel II. Se formaron Juntas Revolucionarias y se estableció un gobierno provisional presidido por Serrano. La Constitución de 1869, con una amplia declaración de derechos y el sufragio universal masculino, instauró una monarquía parlamentaria. Prim ofreció el trono a Amadeo de Saboya, pero fue asesinado antes de su llegada a España.
Amadeo I y la Primera República
Amadeo I, monarca moderno y demócrata, tuvo un reinado débil. La insurrección en Cuba, la tercera Guerra Carlista y la falta de apoyo político lo llevaron a abdicar en 1873. Se proclamó la Primera República, pero la división entre republicanos federales y unitarios desencadenó el movimiento cantonalista, con cantones independientes en Cataluña, Málaga y Cartagena. El movimiento fue reprimido. La inestabilidad política, la guerra en Cuba y la tercera Guerra Carlista facilitaron el golpe de Estado del general Pavía en 1874. Tras un breve gobierno presidido por Serrano, otro golpe de Estado en diciembre de 1874 restauró la monarquía borbónica.
La Restauración: Vuelta a la Monarquía Constitucional (1874-1900)
Alfonso XII, hijo de Isabel II, fue proclamado rey, iniciando la Restauración. Antonio Cánovas del Castillo, presidente del gobierno, puso fin a la guerra de Cuba y a la tercera Guerra Carlista. Se estableció un nuevo sistema político basado en la Constitución de 1876, de carácter conciliador, y el turnismo pacífico en el poder entre conservadores y liberales.
El turnismo se sustentaba en la manipulación electoral (caciquismo en las áreas rurales y pucherazo en las ciudades). Los conservadores, liderados por Cánovas, defendían la Iglesia y el orden social, mientras que los liberales, liderados por Sagasta, impulsaron reformas sociales y aprobaron el sufragio universal masculino.
Tres grupos se oponían al sistema de la Restauración: los anarquistas (crearon la Confederación Nacional del Trabajo, CNT), los socialistas (liderados por Pablo Iglesias, fundaron el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, y la Unión General de Trabajadores, UGT) y los partidos nacionalistas, que rechazaban el centralismo del Estado.
El Desarrollo Económico
Durante el siglo XIX, España experimentó un desarrollo económico desigual. La industria textil catalana y la siderurgia vasca fueron pioneras. Se crearon los primeros bancos modernos y la Bolsa de Madrid. El ferrocarril fue la innovación más importante. Surgieron nuevos sectores como la electricidad, el petróleo y la industria química. La industria española, poco competitiva, se protegía con altos aranceles a los productos extranjeros. El desarrollo industrial se concentró en pocas zonas.
La liberación de la tierra se produjo con la abolición de los mayorazgos y las desamortizaciones, destacando las de Mendizábal (1836) y Madoz (1855).
El Cambio Demográfico y Social
La población española creció de 11.5 millones a 18.6 millones durante el siglo XIX. La natalidad era alta y la mortalidad disminuyó lentamente. Las regiones más desarrolladas crecieron por encima de la media, convirtiéndose en focos de emigración cuando el ferrocarril facilitó el desplazamiento de campesinos sin tierra. El peso demográfico se desplazó hacia las periferias y Madrid, provocando un crecimiento urbano significativo. A finales del siglo XIX, muchos españoles emigraron fuera del país.
La sociedad española del siglo XIX estaba fuertemente jerarquizada. La clase dirigente estaba formada por la nobleza y la alta burguesía. La clase media estaba compuesta por funcionarios, pequeños empresarios, profesionales liberales y comerciantes. Las clases populares estaban formadas por campesinos, jornaleros, obreros, criados, mendigos y marginados.