13.3. Transformaciones culturales. Cambio en las mentalidades. La educación y la prensa
La España de comienzos del siglo XIX continuaba siendo esencialmente rural. La población campesina predominaba sobre la urbana. Las mentalidades y las costumbres seguían dominadas por el grupo de los privilegiados cuyos valores continuaban siendo los del Antiguo Régimen. La propiedad de la tierra y los títulos nobiliarios seguían siendo un signo de prestigio.
Los españoles seguían ligados a sus creencias tradicionales y a sus devociones religiosas. Desde el punto de vista de la ciencia, del arte y de la cultura, el reinado de Fernando VII fue una etapa oscura, poco propicia para el pensamiento y la actividad intelectual. Los hombres de la Ilustración se alinearon bien con los franceses , bien con los liberales de las Cortes y la Constitución de Cádiz. Todos ellos debieron abandonar el país en 1814, instalándose en Francia o Inglaterra: José María Blanco White, Espronceda, Martínez de la Rosa, José Zorrilla (Don Juan Tenorio) etc. La muerte de Fernando VII y la vuelta de los exiliados produjo la explosión del movimiento ROMántico, destacando, además de los mencionados, autores como Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y Leyendas), Rosalía de Castro (Cantares Gallegos).
Pero el desarrollo económico que se produjo en el reinado de Isabel II hizo que la vida urbana se fuese imponiendo frente al ambiente rural. Se traspasan las murallas de las ciudades, el casco urbano crece. Madrid se expansiona por el barrio de Salamanca, y Barcelona por la Diagonal.
El café, las tertulias y los casinos son el punto de reuníón de las clases medias, mientras las clases altas acuden a la ópera y al teatro. Las devociones continúan siendo importantes; las romerías, la Semana Santa..
En filosofía, Donoso Cortés representó la renovación del pensamiento conservador, temeroso del auge del movimiento obrero. Su impulsor fue Sanz del Río, Catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Central, que había entrado en contacto con la filosofía de Krause en Alemania, que inspiró la creación de la Institución Libre de Enseñanza.
En este periodo también nacieron dos instituciones que encabezarán el movimiento intelectual burgués. En 1835 abría sus puertas en Madrid el Ateneo Científico y Literario, en cuyos cursos impartieron conferencias las figuras más representativas del mundo político y de la intelectualidad artística, científica y literaria. Un año más tarde se inauguraba el Liceo Artístico y Literario.
En literatura, hacia 1860 surge la corriente realista que adquiere fuerza durante el Sexenio y la Restauración. Como en el resto de Europa, hay un Realismo costumbrista y conservador, como el de las novelas de Pereda, y otro más crítico, con tintes de denuncia social, entre cuyos representantes están Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta) y autores que reciben la influencia del Naturalismo francés como Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa) y Leopoldo Alas Clarín (La Regenta).
Pero la llegada de la Restauración trajo consigo una regresión cultural y de las mentalidades. En 1875 el gobierno dio orden de vigilar la orientación de la enseñanza que se impartía en las Universidades y de censurar cualquier manifestación crítica contra la monarquía y el dogma católico. Se devolvíó el control de la educación a la Iglesia, sobre todo en la enseñanza primaria, en la que apenas intervénía el Estado. Este cubría la segunda enseñanza, que contaba con unos 50 institutos en las grandes ciudades, ocupados por los hijos de familias ricas.
A pesar de las iniciativas y de otras de muy distinto signo, como las actuaciones pedagógicas del padre Manjón, “La escuela moderna” dirigida en Barcelona por Ferrer i Guardia o las casas del pueblo creadas por el PSOE, hacía 1900 la proporción de analfabetos ascendía a casi las dos terceras partes de la población. A finales de siglo, el desastre del 98, provocará la aparición de un nuevo grupo de intelectuales y literatos que recibirán el nombre de Generación del 98. Comparten con los regeneracionistas la crítica política y social de la Restauración y expresan su preocupación por encontrar soluciones al atraso de España. Destacan Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán, Pío Baroja y Azorín.
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13.1. Transformaciones económicas. Proceso de desamortización y cambios agrarios
La economía española en el Siglo XIX puede calificarse como dual, debido a la persistencia de estructuras económicas arcaicas junto a focos aislados de desarrollo. Aunque también en otros países europeos se da esta dualidad en los comienzos de la industrialización, lo más carácterístico del caso de España fue la lentitud de los cambios.
La agricultura siguió siendo la actividad económica más importante, Pero la desigual distribución de la tierra, la ausencia de innovaciones tecnológicas y los bajos rendimientos agrícolas hacían necesario adoptar medidas en el sector agrícola.
Una de estas medidas será la desamortización:
La propiedad de la tierra en España estaba en gran medida en manos de la nobleza y la Iglesia. La nobleza, gracias a la institución del mayorazgo no podía enajenar (vender o transmitir) sus propiedades, ni dividirlas, sino que debía transmitirlas íntegras al primogénito. Debido a esto, la tierra quedaba inmovilizada y convertida en tierra de “manos muertas”. También los municipios eran propietarios de tierras que tenían su origen en concesiones reales. Solían ser bosques o terrenos áridos que se dividían en “tierras de aprovechamiento común” y en “tierras de propios” que eran arrendadas a particulares. Como resultado de lo anterior la cantidad de tierra a la que se podía acceder era escasa y cara.
Como solución a este problema surgieron las desamortizaciones: que consistían en la expropiación, por parte del Estado de las tierras eclesiásticas y municipales para su venta a particulares en subasta pública. En compensación por el patrimonio confiscado a la Iglesia, el Estado se hacía cargo de los gastos del culto y el clero. Por otro lado en 1836 se suprimieron los mayorazgos.
• La desamortización de Mendizábal (ley de 1837): Se inició debido a la crítica situación del país. Fundamentalmente se buscaba sanear la Hacienda, financiar la Guerra Civil y ganar adeptos para la causa liberal. Consistía en la venta por subasta de las tierras expropiadas a la Iglesia, por lo que se la conoce también como “desamortización eclesiástica”.
• La desamortización de Madoz (1855-1867): se inició durante el bienio progresista e incluía las tierras de la Iglesia aún no vendidas y las de las propiedades municipales. La situación fiscal y política no era tan grave, por lo que se pretendía no sólo reducir la deuda pública, si no también crear infraestructuras para modernizar la economía, con los ingresos obtenidos.
A consecuencias de las desamortizaciones se pusieron en cultivo grandes extensiones de tierra, aunque esta expansión de superficie estuvo acompañada de un aumento de la deforestación. Pero las familias más poderosas conservaron intactos sus patrimonios. Aunque hubo pequeños y medianos compradores locales, los principales compradores fueron las clases medias urbanas que se enriquecieron y diversificaron sus patrimonios.
Pero la agricultura seguía siendo un sector atrasado lo que le impidió desempeñar un papel en la formación de capitales y por tanto en la industrialización.
La Revolución industrial española fue tardía e incompleta. Se inició a partir de 1840, en el reinado de Isabel II, coincidiendo con una fase de expansión de la economía mundial y con una relativa estabilidad política.
Además del escaso papel de la agricultura hay que señalar otros factores del retraso:
• La inexistencia de una burguésía financiera emprendedora .La burguésía prefería inversiones a corto plazo o en sectores industriales que generen dinero rápido, como el ferrocarril, antes que en sectores industriales básicos como la siderurgia.
• La dependencia técnica o financiera del exterior. El capital extranjero aprovechó la buena coyuntura para invertir en España, primero el inversor Franco-belga y después el inglés.
• Escasez de carbón y materias primas.
• Falta de coherencia en las políticas económicas de los partidos políticos.
Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir de capitales autóctonos, aunque predominó la empresa de tamaño mediano. El sector algodonero fue el más dinámico. La protección arancelaria la puso a salvo de la competencia inglesa.
La inexistencia de buen carbón y de demanda suficiente explica el desarrollo dificultoso de la industria siderúrgica cuya localización fue cambiado a lo largo del Siglo XIX:
Primero se desarrolló la industria en torno a Málaga, las guerras carlistas impedían la explotación de las minas del norte. Se basaba en la explotación del hierro.
Después entre los años 60 y 80 se dio la etapa asturiana, basada en la riqueza de carbón de la zona, aunque no era de gran calidad.
Pero el verdadero despegue de la siderurgia se inició a finales de siglo en torno a Bilbao. En cuanto a la minería alcanzó su apogeo en el último cuarto de siglo. España era rica en reservas de hierro, plomo, cobre, zinc y Mercurio. Aunque fueron sobre todo compañías extranjeras las que se hicieron cargo de la explotación minera. Es importante en este desarrollo la “ley de bases sobre minas de 1868”.
En cuanto al comercio, aumentó considerablemente en volumen a lo largo del Siglo XIX. La política proteccionista se mantuvo con altibajos durante todo el siglo. Exceptuando durante el sexenio democrático con el Arancel Figuerola. Hay que destacar también la reforma de la Hacienda pública de Mon-Santillán en 1845 y la implantación de la peseta como moneda oficial en 1868.
La revolución de los transportes llegó con el Ferrocarril.
La primera línea se construyó en 1848: Barcelona-Mataró, pero la fiebre constructora se desencadenó a partir de la ley general de Ferrocarriles de 1855. Las causas hay que atribuirlas al apoyo estatal, al flujo masivo de capital y tecnología extranjeros, sobre todo franceses y a la aportación de capitales nacionales, especialmente en Cataluña, País Vasco y Valencia. En 1868 se habían construido 4 803 kilómetros y fijado el trazado de las grandes líneas nacionales. Entre las compañías ferroviarias las más importantes eran la de Madrid-Zaragoza (M.Z.A) y la del Ferrocarril del Norte.
El ferrocarril abríó el camino a la integración real del mercado español, permitiendo un u intenso tráfico de ideas, viajeros y mercancías. El ferrocarril actuó como una poderosa palanca de desarrollo económico.